
Siempre me ha gustado el rugby. Instintivamente. Sin jamás realmente acercarme a él. Ni amateur, ni hincha. En el fondo, no obstante, la fuerza bruta que emana de estos hombres siempre me ha fascinado. Por su belleza desconcertante, en las antípodas de los cánones habituales. De esta atracción, nació en 2004, un primer proyecto fotográfico, realizado para “L’Equipe Magazine”, que llamé “Broken Faces”. Una serie de retratos muy de cerca de los pilares del XV de France. Deseaba conseguir más. Necesitaba un “ábrete sésamo”. Enseñé entonces mis fotografías a la liga nacional de Rugby. Su entusiasmo me dio alas. Su apoyo era imprescindible. Me lo dieron de manera incondicional. En la primavera de 2006, los presidentes de los 14 clubes del campeonato de Francia me abrieron los vestuarios de sus equipos. En las entrañas del estadio, esperé el final de los encuentros para captar la imagen de los jugadores en el preciso momento en que finalizaba el partido. Durante aquellos pocos minutos, en los que, ya fuera de la cancha, conservan aún el ímpetu del juego. Jadeantes, sudorosos, maltrechos, muestran en sus caras y sus cuerpos las huellas evidentes de esos ochenta y cuatro minutos de lucha obstinada. Quise ver en ellos las marcas del enfrentamiento: los golpes, el barro, la rabia y el agotamiento. Intenté capturar ese momento, antes de que desaparecieran los estigmas del olvido absoluto de ellos mismos. El momento en el que estos hombres dejaron de ser “topadoras” pero todavía no son los “dioses del estadio”. Vuelven del esfuerzo sobrehumano. Regresan a la tierra donde la estética ya no es la del combate.
Al fotografiar a todos de la misma manera, sin oropel, sin artificio, sin decorado, fui buscando y capturando la belleza brutal de sus rostros magullados. Mi experiencia del retrato me enseñó a considerar el tiempo como un aliado precioso.
Me permite habitualmente modelar las luces, mejorar la escenificación, provocar al modelo, excitar su curiosidad. Esta vez, jugué contra el tiempo. A medida que pasaban los minutos, lo que buscaba desaparecía. Un día, un jugador herido, llegó, solo, al vestuario. Quise fotografiarlo. “¿Porque me jodés? ¡Estoy viendo las estrellas!” me gritó, al borde del desvanecimiento. Son esas estrellitas las que quise capturar.
DENIS ROUVRE
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