En este año del Bicentenario de la Revolución de Mayo y conmemorando la fiesta nacional de Francia, el 14 de Julio, la Alianza Francesa de Olavarría desea recordar uno de los textos fundadores de la democracia en el mundo, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789.
Debemos detenernos en un comienzo ante el carácter universal y atemporal de la Declaración. El texto logra enunciar los derechos del individuo haciendo caso omiso del régimen político (monarquía constitucional o república), de la religión (sólo menciona al Ser Supremo y garantiza la libertad religiosa de todos) así como de las diferencias sexuales.
El artículo primero, el más bello y más importante, enuncia: “Los hombres nacen y permaneces libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden basarse en la utilidad común”. Con dos frases tajantes destruye los privilegios y anuncia la condena de la esclavitud así como de las segregaciones sexual, religiosa o étnica.
Esta Declaración marca, por fin, el término de la monarquía absoluta, el poder pasa de manos de la aristocracia a manos del pueblo. El poder del Estado deberá someterse al control social.

Esta Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, emanada de las ideas de los filósofos de las Luces, sirvió de base a la Declaración universal de los Derechos del Hombre, adoptada por la Asamblea general de las Naciones Unidas, en París, el 10 de diciembre de 1948, cuyo artículo primero reza:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Están dotados de razón y conciencia y deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
En un mundo donde la esclavitud, la exclusión y la discriminación están lejos de desaparecer, estas ideas de libertad, de igualdad y de dignidad conservan su carácter revolucionario
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